Destino Temperley
¿El destino ya está escrito, o es un proceso individual? ¿Qué es lo que nos trajo hasta donde estamos? ¿A dónde nos llevará todo lo que estamos haciendo y deshaciendo en este momento?
Más allá de las creencias particulares, en la obra se propone un recorrido textual que nos cuenta la historia de una familia disfuncional y los encuentros y desencuentros que los llevan al enigmático y simbólico "Destino Temperley".
Alejandra Bruno, una actriz en decadencia emocional y profesional, está atrapada en la adicción a los juegos de azar, lo que nos vuelve a hacer pensar en la tensión entre la condena del destino como concepto de predestinación y el azar, entendido como esa desgracia imprevista que irrumpe sin aviso (RAE, acepción 2.m.).
Alejandra, hija adoptiva y marcada por una identidad desdibujada, vive con su madrastra (Malducha) y es presionada insistentemente por su prima (Paola) para autorizar la venta de la casa familiar. Caracterizada con el prototipo de la adicta, transita escenas de negación, manipulación y aislamiento, miente, se escapa y se "pierde" en situaciones extremas con soluciones difíciles.
Malducha es el personaje que funciona como eje simbólico de la obra, sabe más por vieja que por diablo: su presentimiento anticipa los augurios del final mientras conecta pasado y futuro a modo de oráculo griego. Su presencia resulta inquietante y profundamente reveladora.
Paola representa otro arquetipo social, una mujer práctica, ambiciosa, materialista, que funciona como antagonista de Alejandra con intereses económicos inamovibles. Su pragmatismo contrasta con la fragilidad emocional del resto del entorno.
Daniel y Martín mueven los ejes de esa familia deficiente durante el tiempo que transcurre la obra y exacerban las manías de cada personaje. Sus apariciones desestabilizan aún más el débil equilibrio emocional del grupo, mostrando cómo el peso del pasado y la imposibilidad de resolución arrastran a todos.
Mientras transcurre la obra, los actores desarrollan a cada personaje sin dudar en sus actitudes, sin titubear, desentramando ese horizonte inevitable. La solidez de las interpretaciones permite sumergirse en ese universo cargado de tensiones latentes, donde el destino parece cumplirse casi como una maldición.
La obra tiene una trama clara, es prolija en cuanto a sus transiciones y escenografía. Las actuaciones son precisas y logran sostener la densidad emocional sin caer en el exceso. El ritmo está bien logrado y permite que el espectador acompañe sin perderse en el caos familiar que propone la dramaturgia.
Por Flor Carrasco @circulardearte