
Que la casa se queme pero que el humo no salga
Se dispone una mesa cubierta por un delicado mantel blanco. Unas pequeñas tazas de té decoradas con dibujos florales están colocadas de forma prolija, esperando con ansías la infusión caliente. El florero, en composé con el resto de la vajilla, se encuentra perfectamente ubicado en el centro del mueble en cuestión. Al lado, unos alfajores de maicena preparados y acomodados con extrema minuciosidad aguardan a ser degustados. Sin embargo, eventos desafortunados lograrán romper con el encanto de esta escena y saldrán a la luz secretos sumamente oscuros que ocultan estos personajes.
Que la casa se queme pero que el humo no salga, escrita y dirigida por Magalí Chamot, nos invita a reflexionar acerca de las diferencias y similitudes presentes entre mujeres de diversos estratos sociales, aunque, en este caso particular, todas constituyen la Liga de Amas de casa. Resulta curioso pensar que se trata de un término casi en desuso en la actualidad, pero para el año 1957 era moneda corriente, aplicándose casi sin objeciones. No obstante, esta cuestión de las diferencias antes mencionadas manifiesta continuidades en el presente, continuidades que estos personajes femeninos van a materializar en su manera de hablar y dirigirse las unas a las otras; en sus modos de vestirse y de criticar la casa de la anfitriona, por ejemplo. Una disparidad de clase que resulta tangible.
En sintonía, la obra propone al espectador revisitar la antigua escena porteña. Allí, la radio se encontraba siempre encendida, la religión católica tenía un protagonismo mayor en la cotidianeidad y las recetas de cocina se transmitían de boca en boca o mediante pesados libros repletos de ilustraciones de mujeres sonrientes. Asimismo, podemos oír a los personajes mencionar diferentes refranes, expresiones y maneras de insultar que, al día de hoy, se encuentran más en desuso que otra cosa. Es este gesto de recuperar las huellas del pasado y de “recolectar” las costumbres para poder interpelar al espectador desde un lugar sumamente íntimo y vinculado con el ámbito familiar. Algo del cambio generacional que nos toca y atraviesa, debido a que, quizás, uno no sabe qué quiere decir ser “como Dios manda”, pero recordamos a nuestra abuela repetirlo hasta el cansancio.
Se producen diferentes momentos de comicidad generados por la falta de límites de estos personajes, por su ambición desmedida y su incapacidad de distinguir entre el bien y el mal. Estas mujeres tienen un mismo objetivo y están dispuestas a todo por conseguirlo. Incluso a quemar la casa. Si el humo no sale, mejor aún.
Por Fermina Kon - @fermikon