El deseo de vivir... - Adiós tranquilidad

El deseo de vivir... - Adiós tranquilidad

El deseo de vivir 
No sabemos de qué está hecho
Chejov – Pirandello – Girondo

Esta obra se divide en cuatro actos, el primero es El canto del cisne de Antón Chejov. 
La acción tiene lugar por la noche. Un hombre disfrazado de payaso con vela y petaca en mano se sienta en una silla después de haber terminado su espectáculo y comienza un monólogo miserable de su vejez. Le transcurrieron setenta y ocho años que, como él dice, se le han ido por estar bebiendo. A momentos eleva la voz (a causa del alcohol) para recriminar que lleva cincuenta y cinco años en teatro y que aún no se prepara para la muerte hasta que mira hacia atrás, y ve un hoyo negro en la oscuridad… Al cabo aparece en la escena un vagabundo también con vela en mano. Personaje que lo contiene en el sufrimiento; le dice que lo acompaña a la casa, que se tiene que recomponer del alcohol en sangre, pero el payaso no tiene donde ir; esta tan solo como viento en el campo: « ¿De quién soy?... ¿Quién me necesita?... ¿Quién me quiere?... ¡Nadie me quiere! » le responde con un tono ya calmo y deshecho. 
Precisamente cuando vio el hoyo, recordó toda su vida; la fe, el entusiasmo de la juventud, las mujeres, su galantería joven, etc. Se detiene un rato a recordar su talento, y como una mujer se enamoró de él. Sin embargo, ahora solo ve la vejez, pero aún sigue siendo bien consciente de su talento porque recita este poema alabado por su compañero vagabundo: 

  ¡Adiós tranquilidad; adiós contento;
adiós brillo marcial y vastas guerras
que trocáis ambiciones en virtudes!
¡Adiós, adiós, relinchador caballo,
clarín sonoro, excitador redoble
del bélico tambor, pífano agudo,
estandarte real, noble cortejo
de pompas, vanidades y esplendores,
inseparables de la lid gloriosa!...

La escena termina para dar comienzo a la segunda: El hombre de la flor en la boca de Luigi Pirandello.

Dos hombres dialogan sentados; un viajero que perdió el tren en la estación y el otro, está enfermo de cáncer. 
Al espectador el diálogo lo confunde un poco, porque al principio no se hace notar la muerte con la que vive el Hombre, hasta que a lo largo de la conversación, el enfermo le explica al viajero que necesita aferrarse con la imaginación a la vida de los demás para sobrevivir. En ese momento, por la esquina izquierda entra en escena una mujer vestida de negro con un sombrero de plumas y un tull que le tapa la cara y el cuello. Esta mujer lo sigue, es la sombra de su muerte. El drama se esconde en el individuo y en la incapacidad de adaptarse a la realidad. 

El tercer acto, Sobre el daño que causa el tabaco de Anton Chejov, es un unipersonal y lo actúa Luis Sartor con una adaptación asombrosa de un hombre que está dominado por su mujer a dar una conferencia.
El personaje parece un erudito, un biólogo, un quizás médico, o alguien importante de la divulgación científica. Pero no es nada de eso, no es más que un hombre sin ningún tipo felicidad y que tal vez, solo la encuentre en la muerte: «…Y detenerme en algún lugar lejano y quedarme plantado como un árbol… y olvidar… olvidar.» 
Ya en el texto de la obra el personaje esta caracterizado, él advierte: 
» Les advierto que yo, por lo general, cuando doy una conferencia, tengo la manía de guiñar el ojo derecho; pero ustedes no reparen en ello... Es un defecto de mis nervios... »; defecto que Luis Sartor mantiene a la perfección hasta el final del monólogo. 
La obra tiene sentido del humor propio por esas idas y vueltas del personaje de deber dar, por obligación de su esposa, una conferencia sobre el tabaco; pero a la vez, se desvía continuamente del tema para contar las desventuras de su vida. 

Para cerrar, la cuarta obra fue Poema N 11 de Espantapájaros de Olivero Girondo, interpretada por la mujer que representa a la muerte en la obra de Pirandello. 
En este último tramo aparece ella, vestida de negro, se saca el sombrero de plumas y muestra su cara blanca como papel. Mira la luz, el único reflector que la ilumina, y simplemente comienza a recitar el poema con unos ojos desbordantes de brillo que dejan al espectador la tarea de buscar por sí mismo el significado de la existencia. 

Por Dolores Loaldi

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