La Ciencia Como Insumo Poético

La Ciencia Como Insumo Poético

Liliana Heker empezó la universidad con 16 años y un poquito antes de decidirse por las ciencias físicas, fue tentada por la geología. Al final del día, nada tironeó tanto como la escritura.
Así me contó el pasado sábado 8 de Julio, por la mañana, en un rincón de la librería Notanpuan. Nunca la asumí alta ni intrínsecamente intimidante; tuve razón. Vestía una camisa de seda que se asomaba por debajo de un suéter de punto grueso, de una lana que a mí indudablemente me haría picar. En los pies, zapatillas con brillantina. El pelo cortito y los mismos ojos de siempre, ojos de biografía, de persona que no mira en vano, hoy un poco de mujer abuela y mujer profesora.
Ella no sabe, pensé. No tiene idea que la empecé a leer un día y nunca jamás pude volver a dialogar con el espejo con otro fin que no sea reconocerme a mí misma. No como peras porque me dan escalofríos en las orejas, pero cuando pienso en Las Peras del Mal me recorren el tiempo y Dios antes que la impresión.
Le pedí recomendaciones de libros (por eso se hallaba allí, ese día lxs escritorxs estaban de librerxs) y con entusiasmo me llevó a pasear entre las mesas: “Recorre los campos Azules” de Claire Keegan, “Los árboles Caídos También son el Bosque” de Alejandra Kamiya y “Presa Suelta” de Romina Doval fueron los más enfáticamente señalados. Elegí el segundo porque fue mi tapa favorita; no leí las contratapas ni reseñas, con su emoción me bastó.
En sus historias todo se mueve como un fluido cohesivo. Y capaz a veces ni sé qué está pasando fuera de ese hilo de pensamiento, a veces no sé qué le está pasando al personaje, a veces no entiendo ni siquiera qué está pensando, y eso es fascinante porque es como pensar y existir yo misma pero en otro lugar. Mientras leía Zona de Clivaje fui tomando nota de las cosas de Liliana que me desacoplaban (y eran muchas) para llegar a una conclusión en apariencia desconcertante; vuelve la incertidumbre habitable, casi hasta divertida. El suspenso de las cosas (qué está pasando, hacia qué estamos yendo) queda en segundo plano; todo gira en torno a existir en la hora, el minuto, sobrevivirlo, y pensar en lo que viene casi como un privilegio prescindible. Tal vez es porque estudió física que entiende todo ese enjambre y acepta que uno tiene que convivir, negociar y discutir con la incertidumbre.
Liliana dio talleres toda su vida, hasta agosto de 2022. No sé por qué sentí alivio al saber que nunca atendería a uno, no soy una persona que sepa hacer las paces con aquello que se termina para siempre. La realidad es que podría haber pasado toda mi vida sin conocerla. Pensé en escribirle muchas veces, en dedicarle agradecimientos profundos, en salir a buscar y encontrar las palabras que digan exactamente que- no lo gestioné ni lo hubiera logrado.
La vi, y le hablé, y la encontré tan épica y tan humana, y pude decirle “a través de La Sinfonía Pastoral me retaste todas las veces por algo distinto”. No necesito una clase, ni que me recuerde, ni despampanarla con mi escritura o mis hábitos. Hablar con Heker fue como hablar con la historia misma, con un recipiente fiel del vocabulario de todas las cosas que pasaré mi vida intentando rotular. Fue entender, como se suele entender cuando se consume literatura, que la vida fue vivida muchas veces ya y de muchas formas similares, que alguien más ya pensó, ya hizo, ya odió, ya creyó y descreyó, y por sobre todo, alguien, antes que yo y que vos y que ella, comenzó a resolver la ecuación eterna y renovable que es ser argentino, ser veinteañero, ser escritor, ser mujer. Nada es nuevo pero todo lo viviremos como tal y descubrirlo descubierto en un libro nunca dejará de sorprendernos.
La experiencia es similar, aunque de distinta magnitud, al aprender ciencia. La ciencia como nombre de las cosas que ya pasaban pero pudimos ver es, tal vez, la más clara y primera humillación. El encontrarnos perplejos ante algo que funciona, funcionaba y funcionará, dentro o en derredor nuestro, con completa indiferencia hacia nuestra capacidad de inteligibilidad, es condición necesaria tanto para la investigación como para la escritura.
El acto científico que se erige sobre la sistematicidad de la matemática, la reciprocidad de la química, el holismo (como totalidad funcional) de la biología, es un descubrir tremendamente organizado. Liliana Heker reproduce en su narrar esa prolijidad del proceder, sin obviar por ello (la ciencia tampoco lo hace) las variables infinitesimales entre respuesta y respuesta posible para cada acción.
Y sin obligar a las cosas a acomodarse, pero en parte deseando que pudieran hacerlo, sus personajes abordan un mundo social e individualmente injusto, desde lo sistemático hasta lo voluntario, es decir, un proyecto de mundo cuyos resultados serán siempre inválidos pero sobre los que inevitablemente continuarán construyendo.
Georgina Requeni será hermosa y querrá llegar muy alto, Dios le habla en la oreja a Georgina Requeni. Para ella (antonomasia del hombre que busca en los libros de Heker) todo debe ser una ceremonia, ya sea penosa, solemne, ecléctica, histriónica, mediocre. Indistintos al color de la metodología empleada, los personajes de Heker son exquisitos buscadores, de sol a sol. “Georgina se inclina sobre el paredón y vomita en el río. Se siente bien ahora. La cuestión es vivir.”

Por Toia Salvay - @no.toia

Recomendados:
📚 “Recorre los campos Azules”
✍️ Claire Keegan
📚 “Los árboles Caídos También son el Bosque”
✍️ Alejandra Kamiya
📚 “Presa Suelta”
✍️ Romina Doval
 

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